martes, 21 de febrero de 2012

LAS REVOLUCIONES BURGUESAS DEL XIX

Los movimientos revolucionarios de 1820.

En España, Portugal y el Reino de las Dos Sícilias, los revolucionarios lograron la sanción de Constituciones liberales. Pero la intervención militar de Austria y Francia en ayuda de los monarcas absolutos afectados —de acuerdo con lo establecido en el Tratado de la Santa Alianza—, derrotó estas experiencias revolucionarias. Las luchas por el establecimiento de los principios liberales tuvieron características especiales en Grecia. A partir de 1821 comenzó la guerra de liberación griega del imperio turco-otomano, en la que fue decisiva la intervención de las fuerzas de la Santa Alianza. Gran Bretaña, Francia y Rusia vencieron a los turcos, declararon la soberanía nacional de Grecia y, luego de derrotar al movimiento liberal griego, favorecieron el establecimiento de una monarquía absoluta. Como consecuencia de las diferencias entre Rusia y Austria sobre esta “cuestión de oriente “, la Santa Alianza se disolvió.
El objetivo político de los revolucionarios de 1820 fue lograr el establecimiento de monarquías constitucionales —como la inglesa—. También se propusieron asegurar el funcionamiento de los parlamentos, ya que, frente al absolutismo monárquico, el parlamento era la institución que permitía la participación de los burgueses en el gobierno, que cada vez tenían mayor poder económico.

Los movimientos revolucionarios de 1830. Las revoluciones de 1830, dividieron Europa en dos regiones. Al oeste del río Rhin, los liberales moderados derrotaron a la alianza de los absolutismos. Al este del Rhin, en cambio, todas las revoluciones fueron reprimidas y la situación se mantuvo como antes de 1830. En estos países, la mayor parte de la población estaba compuesta por campesinos que todavía vivían sometidos a una organización económica de tipo feudal.
En Europa occidental, las revoluciones de 1830 significaron la derrota definitiva del absolutismo. Desde entonces, en los distintos países, el gobierno estuvo a cargo de representantes de la alta burguesía de industriales y banqueros, que desplazaron a los miembros de la aristocracia terrateniente.
El régimen de gobierno que se consolidó en Inglaterra, Francia y Bélgica fue una monarquía constitucional que garantizaba la vigencia de las libertades individuales económicas y políticas. La participación política se abría exclusivamente a una parte de la población mediante el sufragio restringido. Sólo aquellos ciudadanos que eran propietarios, tenían determinado nivel de ingresos o determinado grado de instrucción escolar, tuvieron derecho al voto y a ser elegidos representantes parlamentarios.

La revolución que estalló en Francia en julio de 1830 contra el absolutismo del rey Borbón Carlos X, inició la oleada revolucionaria que se extendió por toda Europa. En París, burgueses estudiantes, obreros asaltaron armerías, armaron barricadas y pidieron por la abdicación del rey. El ejército se negó a reprimir a los revolucionarios y el rey abandonó el país. Se le entregó la corona a Luis Felipe de Orleans que adhería a los principios liberales.
1848: Hacia la Democracia Liberal: El movimiento revolucionario de 1848 fue el que más se extendió por Europa, pero el de menos éxito: con la única excepción de Francia. En el resto de los países, los antiguos gobiernos recuperaron el poder en muy poco tiempo, y los revolucionarios fueron encarcelados o exiliados. En Francia se proclamó la República, que duró algo más de 2 años. El único cambio irreversible fue la abolición de la Servidumbre en el Imperio de los Habsburgos.

Las fuerzas sociales y políticas en 1848.

La oleada revolucionaria de 1848 comenzó en Francia y el nuevo estallido estuvo relacionado con los resultados de la revolución de 1830. El régimen de gobierno establecido desde entonces favorecía a la Alta Burguesía, pero negaba el Sufragio Universal a la Baja Burguesía, a los intelectuales y sobre todo a los trabajadores.
La situación se agravó cuando, a partir de 1845, se acentuó la crisis económica. Una serie de malas cosechas provocó un fuerte aumento en los precios de los alimentos básicos de los trabajadores: los cereales y las papas. El cierre de fábricas por causa de la crisis de la industria textil había aumentado el desempleo, y el hambre se generalizó motivando a los trabajadores a protestar.
En toda Europa, casi simultáneamente, miembros de la baja burguesía y estudiantes se unieron a las protestas de los obreros. En Francia, el Ejército y la Policía se negaron a reprimir a los aliados revolucionarios: el rey abdicó y se proclamó la República.
La experiencia de la Segunda República Francesa.
Lo significativo de la revolución que se desarrolló en París en febrero de 1848 fue que, por primera vez, los trabajadores tuvieron demandas específicas diferentes de las de los burgueses.
*POLÍTICO: La Baja Burguesía pedía una reforma del sistema electoral y parlamentario para lograr un mayor grado de participación en el gobierno.
*SOCIOECONÓMICO: Los Obreros pedían soluciones al problema de la desocupación y del hambre. Entre 1846 y 1848 el cierre de los talleres de ferrocarriles había dejado sin empleo, en París, a 500.000 obreros.
El Gobierno Provisional que se organizó luego de proclamada la República, y contó con la participación de un obrero y de un representante de los intereses de los obreros como Ministro de Trabajo: el socialista Louis Blanc. Entre febrero y mayo de 1848, este nuevo gobierno —con el apoyo de los pobres de las ciudades y de burgueses republicanos moderados— realizó las siguientes acciones:
*estableció el sufragio universal
*abolió la esclavitud colonial
*abolió la pena de muerte por delitos políticos
*creó los Talleres Nacionales para solucionar el problema del desempleo en la ciudad de París.
La derrota de los trabajadores.
La primera elección que se realizó en Francia con la vigencia del Sufragio Universal dio por resultado una Asamblea Constituyente integrada en su mayoría por partidarios de la Monarquía y de Reformas moderadas.
La mayor parte de la población, que era todavía rural, no había tomado contacto con las nuevas ideas que impulsaban los burgueses radicales y republicanos, ni con las ideas socialistas que defendían los intereses de los obreros. Por esto, en las ciudades del interior de Francia la población masculina votó por aquellos miembros de la sociedad que conocía: los médicos, los abogados, e incluso por los nobles que ocupaban un lugar destacado en su ciudad.
Esta Asamblea se enfrentó con el Gobierno Provisional y, reafirmando los principios del Liberalismo Económico, decidió el cierre de los Talleres Nacionales.
El balance de 1848: la burguesía “conservadora”.
Cuando la burguesía tomó conciencia de la enorme fuerza que tenía el conjunto de los trabajadores pobres, sintió sus intereses amenazados: la Propiedad Privada. Desde entonces, muchos liberales moderados se fueron convirtiendo en conservadores.
A medida que los burgueses moderados se retiraron de la alianza, los Trabajadores y los Burgueses Radicales quedaron solos frente a la unión de las antiguas fuerzas aristocráticas y la burguesía conservadora. Las revoluciones de 1848 fueron derrotadas porque los Partidos del Orden se impusieron sobre la Revolución Social.
Los trabajadores habían luchado no sólo por el Derecho al Voto para todos los ciudadanos, sino también por reformas en la organización de la economía y la sociedad que mejoraran sus condiciones de vida. Ante las demandas de los obreros, la Baja Burguesía Liberal y Moderada consideraron que la propiedad privada estaba en peligro y se aliaron nuevamente con la Alta Burguesía.
Luego de la experiencia vivida, los Gobiernos Conservadores que retomaron el poder se propusieron poner en práctica muchos de los principios del liberalismo económico, jurídico y cultural.

Entre 1848 y 1849, los conservadores habían comprendido que la Revolución era peligrosa y que las demandas más importantes de los radicales y obreros -especialmente las económicas— podían satisfacerse a través de Reformas. De esta manera, las “reformas económicas” reemplazaron a la “revolución”, y la Burguesía dejó de ser una fuerza revolucionaria.
A pesar de que en 1848, en Francia, la Revolución había terminado con la derrota de los obreros, la gran movilización de trabajadores -entre otras razones- impidió la limitación del Sufragio.
En noviembre de 1848, la elección del nuevo presidente de la República Francesa se hizo por Sufragio Universal. Los franceses no eligieron a un candidato moderado, pero tampoco a un radical. El ganador fue Luis Napoleón Bonaparte.
Para los gobiernos europeos, la elección de Luis Napoleón hizo evidente que la “Democracia de sufragio universal” —la institución que se identificaba con la Revolución— era compatible con el mantenimiento del orden social.
La democracia liberal.
Durante la primera mitad del siglo XIX, muchos pensadores y gobernantes de Europa Occidental estaban convencidos de que, en las sociedades de su época, el desarrollo del Capitalismo y el establecimiento de la Democracia de Sufragio Universal eran objetivos incompatibles. Y en esta afirmación coincidían, por ejemplo, pensadores liberales que representaban el punto de vista de los burgueses —como el francés Alexis de Tocqueville y el inglés John Stuart Mill— y un pensador socialista que representaba el punto de vista de los trabajadores, el alemán Karl Marx.
El desarrollo del Capitalismo había generado una multitud de trabajadores pobres que, paulatinamente, se iban transformando en la mayoría de las poblaciones de las sociedades europeas.

Sobre la base de diferentes argumentos, tanto para Stuart Mill y para Tocqueville como para Marx, el mayor número de los trabajadores pobres era la razón que hacía inconciliables el Capitalismo y la Democracia. Para los liberales, la extensión del Sufragio Universal y al establecer un voto por persona, la política daba lugar al Gobierno de los Trabajadores Pobres que no tenían conocimientos adecuados debido a su falta de Educación formal.
Desde esta percepción de la situación, al carecer de la preparación necesaria para ejercer el gobierno, gobernarían exclusivamente en función de sus intereses, y la democracia dejaría de estar vigente. No obstante, para los socialistas, el gobierno de los trabajadores terminaría destruyendo al Capitalismo.
Sin embargo, el desarrollo del Capitalismo continúa hasta nuestros días aunque desde la segunda mitad del siglo XIX, progresivamente, cada vez fueron más los individuos reconocidos como ciudadanos con derecho a voto.
En la actualidad, en casi todas las sociedades capitalistas son ciudadanos todos los adultos, cualquiera que sea su nivel de riqueza y de instrucción, su ocupación, su raza y su religión.
La Democracia Liberal, fue y es el sistema político que logró e hizo posible la vigencia y la “convivencia pacífica” del Sufragio Universal junto al mantenimiento del Capitalismo como forma de organización de la economía, y de la legitimidad de los reclamos de la sociedad por parte del Estado de los derechos sociales y humanos.

Europa después de 1848

La segunda mitad del siglo XIX fue la época de la construcción de los Estados-Nación en Europa y en otras partes del mundo (América, por ejemplo). Hasta ese momento, los regionalismos prevalecían sobre el conjunto de la nación; en las aldeas, pueblos y provincias de las actuales Italia, Alemania, Francia y Gran Bretaña, se hablaban dialectos diferentes, se empleaban distintos pesos y medidas, y ni siquiera la moneda nacional era de uso generalizado.
Los gobernantes comprendieron que, para ser países con mercados internos fuertes y competitivos hacia el exterior, debían empezar por fortalecer el concepto de nación dentro de sus propios países. Es decir, lograr que el conjunto de habitantes de un territorio se encontrara unificado por una forma de gobierno y sintiera la pertenencia a ese país. El ferrocarril, la educación popular y los ejércitos, entre otras cosas, fueron los encargados de unificar el idioma, la moneda y los símbolos patrios: nacía el nacionalismo.
Estos intereses nacionales no fueron aceptados fácilmente. Este período fue particularmente conflictivo para algunos países, como Italia y Alemania, en los que se libraron guerras por la unificación nacional y otras, como la de Crimea y la franco-prusiana, que involucraron a gran parte de Europa.
La guerra de Crimea (1854-1856) se produjo por las intenciones expansionistas de la Rusia de Nicolás 1, por sus intervenciones en Polonia, Hungría, Alemania, los Balcanes y en la estratégica zona del Mar Negro. Esto provocó la reacción de Turquía, Gran Bretaña, Francia y Austria. El triunfo de estos últimos significó el fortalecimiento de Francia en el continente y el inicio de las respectivas unificaciones de Italia y Alemania (ambas naciones estaban divididas en pequeños reinos>. Por otra parte, el imperio otomano (Turquía, Armenia, Tracia, Siria), aceleré su proceso de desintegración y Rusia comenzó su repliegue militar.
Al término de la guerra de Crimea, Francia, intentó asumir el papel de árbitro europeo, interviniendo en todos los conflictos para fortalecerse como potencia continental, y obtuvo algunos éxitos. Sin embargo, la guerra contra Prusia (1870-1871) causada por el aumento de poder de este último país, provocó la caída del régimen imperial francés.
El gobierno de Napoleón III se caracterizó por ser el primero de Europa en llegar al poder gracias al sufragio universal (votaban los hombres mayores de dieciocho años). Esto resultó una consecuencia directa de las revoluciones de 1848: las pretensiones de las clases populares no habían sido satisfechas, pero los gobernantes habían comprendido que tarde o temprano deberían darles espacio político. Era una forma de evitar nuevas revoluciones, otorgando pequeñas concesiones para evitar cambios profundos. A esta política se la conoció como bonapartismo, ya que fue llevada adelante por los Bonaparte (Napoleón y Napoleón III) y aplicada como definición de movimientos políticos posteriores.
Mientras tanto, dos importantes hechos se producían en Alemania y en Italia. El primer ministro de Prusia (formada por regiones de las actuales Alemania y Polonia), Otto Von Bismarck, aplicó la política de “a sangre y fuego’. Bajo esta consigna militarista, logró que la fragmentada Alemania se unificara y se convirtiera en potencia europea. En Italia, a la fragmentación política se sumaban la presencia del Estado pontificio, gobernado por el Papa, y las diferencias económicas entre el norte parcialmente industrializado y el sur agrícola.
La guerra y la diplomacia lograron la unificación gracias al accionar, entre otros, de Camilo Cavour y de Giuseppe Garibaldi. Entre 1848 y 1875, Europa se caracterizó por las guerras, breves pero muy sangrientas, que tuvieron por objeto reordenar el mapa del viejo continente.

Fuente Consultada: Historia Europa Moderna Alonso/Elisalde/Vázquez - Revoluciones del Mundo Moderno de Alonso Lazo
Profesora de Historia: Adriana Beresvil

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